lunes, 22 de enero de 2018

Sacos de arpillera.

Había una vez un hombre que se ganaba la vida como casi cualquier obrero sin estudios se labra un porvenir en España; haciendo un servicio de albañil en una obra. Este hombre, tenía una vida bastante normal, sin ningún sobresalto destacable. Todos los días eran iguales. Todos los días sonaba el despertador de su smartphone, se levantaba, desayunaba unas cuantas galletas mientras saboreaba un café sólo, se duchaba, y se iba a trabajar. Posteriormente,llegaba a su hogar, cenaba lo que había en la nevera, y se iba a dormir. Y al día siguiente, lo mismo. La verdad, es que la vida de este hombre no era para nada interesante. Apenas era feliz, pero tampoco era una persona triste. Simplemente, vivía.

Aún así, entre tanta monotonía, había algo que si le hacia feliz, y no era darse algún capricho consumista ni nada de eso, era simple y llanamente, cargar los sacos de arpillera con arena. Por alguna razón que se escapaba a su comprensión, llevar los sacos de aquí para allá le llenaba, pero no le llenaba el estómago, le llenaba el alma. Cuando transportaba los sacos, una sonrisa intentaba abrirse paso en su cara. El resultado era una mueca alegre, algo raro en él,pues nunca sonreía,ni tan siquiera hacia el amago de intentarlo.

Así seguía la vida de este buen obrero,así pasaban los días, hasta que lo único que deseaba era que llegase el día siguiente para desplazar los sacos de un lado a otro y sentirse feliz. Los demás obreros se quedaban anonadados cuando le veían feliz por hacer esa tarea, ya que, francamente, requería de un esfuerzo físico importante, especialmente cuando había que estar subiéndolos y bajándolos una jornada entera, al calor del Sol. Él explicaba que, a los demás, les costaba tanto moverlos, porque no escuchaban los consejos que los sacos les daban. Estupefactos, después de decir eso, los demás obreros se alejaron de él, pues creían que estaba loco; ¿un obrero que en lugar de dedicarse única y exclusivamente a llevar los sacos a su destino importando tan sólo cuantos era capaz de llevar, registrando posteriormente su marca y compitiendo con los demás para ver quién era el que más había llevado, se dedicaba a llevarlos preocupándose más por el estado de los sacos que por los que llevaba?. Sí que debía estar loco.

Un día, algo cambió en su vida. En uno de los viajes que hacía en su jornada laboral, le dio un tirón en la espalda. Preocupado por sus sacos, acudió al médico lo más pronto que pudo. El médico le hizo todo tipo de pruebas necesarias para ver que le había pasado, así como darle el diagnóstico más preciso posible. Tras unos días, nuestro obrero recibió una noticia que le sumió en una profunda amargura; le habían diagnosticado lumbago crónico. El obrero, al no tener estudios, no sabía bien que problemas podía causarle eso, así que se informó de que cosas cambiaban en su vida ahora que tenía que prestar más atención al cuidado de su espalda. Efectivamente, sus peores temores fueron confirmados; no podía cargar más sacos. Al menos, no si quería que su espalda estuviese lo más sana posible. Tenía que tomar una decisión: seguir preocupándose por esos sacos, aún sabiendo que no era bueno para su salud, o dar un paso al frente, dejarlos, y centrarse en otras tareas de la obra que si pudiese hacer.

Tras días de reflexión, decidió que, aunque le doliese el corazón por tener que dejar lo que más quería en esta vida atrás, era la mejor decisión que podía tomar. Así que, finalmente lo hizo, dejó a sus sacos, y confió en que el próximo que se encargase de ellos los tratase igual de bien. Aunque sabía que eso era imposible, pues ya sabía que para todos los demás,los sacos en si mismos no importaban.

Así acaba la historia de este obrero, obligado por causas de la vida a ver desde la barrera como lo único que le había hecho medianamente feliz en su vida, se iba para no volver; sus sacos de arpillera.